Los efectos presentes de la esperanza: Vidas transformadas
«...os llene de todo gozo y paz...» (Ro. 15:13)
La esperanza no es algo hueco, un mero misticismo, una ilusión futura. Tiene unas consecuencias prácticas en la vida de cada día. En su sentido más literal de esperar, tiene una aplicación presente. Podríamos decir que tiene la mirada puesta en el cielo, pero los dos pies en suelo.
La esperanza de Cristo es el antídoto, el remedio para la desesperación de este mundo por varias razones:
Por su contenido: Gozo y paz
Se mencionan dos ingredientes esenciales:
El gozo. Es mucho más que alegría. Tener gozo no es lo mismo que estar contento. Los cristianos también lloran. El gozo fruto del Espíritu va más allá de un sentimiento. Es la actitud de Pablo y Silas en la cárcel de Filipos cuando, a pesar de tener el cuerpo magullado y dolorido por los azotes, «a medianoche, orando cantaban himnos a Dios» (Hch. 16:25). Pablo mismo resume lo que es el gozo cristiano en el formidable pasaje de Ro. 8:28–39, himno de cabecera de muchos creyentes a lo largo de los siglos: «Somos más que vencedores en Cristo».
La paz. No es la ausencia de problemas. Nuestra sociedad define la paz en un sentido negativo: no tener tensiones, «déjame en paz». La paz de Cristo es distinta: «mi paz os dejo... no como el mundo la da... en el mundo tendréis aflicciones, pero no temáis, yo he vencido al mundo». La paz de Cristo no es la ausencia de problemas, sino la presencia de Cristo en medio de estos problemas.
El concepto hebreo (shalom) es muy rico: denota un estado de serenidad, de bienestar interior, de armonía. El concepto moderno de salud (OMS) se acerca mucho a la idea bíblica de paz, probablemente está inspirada en ella.
Si la esperanza nos llena de gozo y de paz, ello tiene unas consecuencias visibles en la vida diaria. Mencionamos sólo una por su actualidad, hoy que tanto se habla de «calidad de vida»:
«Los creyentes viven más años y tienen más calidad de vida» (conclusión de la tesis del psiquiatra David Larson, autor de más de 130 artículos académicos, uno de los investigadores más destacados en la investigación entre religión y salud mental, quien trabajó durante 10 años en el Instituto Nacional Americano de Salud Mental).
Por lo demás, el cristiano no es sólo beneficiario de la paz, sino agente de paz, promueve la paz, como veremos en la dimensión comunitaria de la esperanza.
Por su abundancia: Plenitud de vida
La esperanza de Cristo es singular no sólo por su naturaleza o calidad, sino también por su cantidad, es abundante. El apóstol habla de plenitud: «el Dios de esperanza os llene...». Estar llenos de gozo y de paz nos recuerda la plenitud de vida a la que se refirió el mismo Señor Jesús en una de sus declaraciones más trascendentes: «He venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn. 10:10). El vocablo griego perisson es un comparativo cuya traducción literal sería «más abundantemente», o también «extraordinario, magnífico, superior, distinguido».
El deseo de Cristo es darnos «calidad de vida» en su sentido más completo: espiritual, por supuesto, pero también en todas las facetas de nuestra existencia la voluntad de Dios para nosotros es una vida «magnífica, superior». De este modo, la esperanza de Cristo sustituye el «vanidad de vanidades» de tantas personas hoy sumidas en la desesperanza por un gozoso «plenitud de plenitudes».
Ello nos lleva a una reflexión: la imagen que a veces damos como cristianos se aleja demasiado de esta abundancia de gozo y paz; en vez de estar pletóricos de esperanza, parecemos contagiados por el pesimismo del mundo; enfatizamos tanto algunos aspectos del discipulado como la renuncia, el sacrificio, que damos la impresión de que la vida cristiana es algo triste, poco atractivo. La esperanza de Cristo es lo más opuesto a algo lúgubre o aburrido. Y ahí precisamente radica uno de sus secretos para transformar vidas. Veamos un ejemplo:
«Conocí a dos personas que confesaban ser cristianos y, a pesar de ello, se distinguían por su elevada intelectualidad y por lo rebosante de su vida. Esto me atrajo para estudiar con ellos la persona de Jesús» (Theodor Bovet, destacado psicoanalista y consejero matrimonial).
Incluso Albert Einstein, quien no era cristiano, llegó a afirmar: «Soy judío, cierto, pero la figura radiante de Jesús ha producido en mí una impresión fascinadora... en realidad solo hay un lugar en el mundo donde no vemos ninguna oscuridad: es la persona de Cristo».
Por su dimensión comunitaria: Relaciones nuevas
La esperanza cristiana no es una experiencia individual, una bendición para disfrutar a solas. También aquí el cristianismo se diferencia de otras religiones, en especial de las llamadas «nuevas espiritualidades». Éstas, bajo la influencia de la Nueva Era y de las religiones orientales, se centran en el ego y promueven experiencias religiosas básicamente individuales, «que me haga sentir bien a mi».
No es así con la esperanza de Cristo; Pablo lo deja bien claro: «...para que abundéis en esperanza...» (Ro. 15:13). Es como un tesoro a compartir y está íntimamente relacionada con el otro gran pilar del mensaje cristiano: el amor. La esperanza, el amor y la fe –las llamadas virtudes teologales– forman un racimo inseparable entre sí e inseparable de la vida comunitaria. El creyente que nace de nuevo, nace también a un mundo de relaciones nuevas, las relaciones de la familia de la fe. Por esta razón, el Evangelio tiene poder para transformar no sólo vidas, sino también comunidades y familias.
Dos ejemplos destacados nos ilustran esta realidad: en Argentina las cárceles que están «gestionadas» por cristianos evangélicos –muchas veces por los mismos internos cuyas vidas han sido transformadas por el Evangelio– tienen un índice de conflictividad muy bajo y han llegado a ser un modelo muy positivamente elogiado por las autoridades y los medios de comunicación de este país. Algo muy similar ocurre en una prisión de Sudáfrica considerada como muy «peligrosa» antes del impacto del poder transformador de Cristo.
El otro ejemplo es la conversión de guerrilleros de movimientos terroristas en Perú, con cambios tan espectaculares en la vida y conducta de hombres antes muy violentos que sólo se puede explicar por un poder sobrenatural. Sustituir la metralleta por la Biblia de un día para otro no es algo fácil.
La vida cristiana nunca puede limitarse al ámbito de lo privado; ciertamente tiene una dimensión personal e íntima, pero por su misma esencia –el Evangelio es una «buena nueva»– lo natural es compartirla. Ésta es la explicación al llamado «proselitismo», tan mal visto por nuestra sociedad que intenta encerrar y limitar el testimonio cristiano al ámbito de lo privado. Al evangelizar el cristiano no busca hacer adeptos a su religión para ganar algún mérito personal, sino «abundar en esperanza», es decir compartir la «perla de gran precio» que un día encontró y que ha transformado su vida. El quedárselo para uno mismo sería la negación misma del Evangelio. Ésta es la razón por la que proclamamos –«proclamar = gritar delante de»– esperanza en Cristo.
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