Pienso que algo muy importante que debemos tener en cuenta, cuando nos acercamos a un milagro, es buscar a quién va a exaltar. Recordemos que Jesús se quejó de que los judíos “pedían señales (milagros) para creer”. Los milagros que hizo Jesús, a pesar de que Él era Dios, sin tomar en cuenta que se llamó a sí mismo el Hijo de Dios, sin tomar en consideración que declaró que Él era el Mesías prometido, a pesar de haber declarado que Él era el único camino posible para llegar a Dios, con cada milagro que hizo le dio GLORIA a Dios, le dio a Él el crédito. Dice Juan 11:4 “Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella…” De esta manera pienso que Jesús también les estaba diciendo a sus discípulos que Él sería glorificado con esta acción.Con la resurrección de Lázaro se obtuvo un resultado inmediato veamos lo que dice Juan 11:45: "Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él” Juan describe primero la reacción favorable que siguió al milagro de la resurrección de Lázaro; para luego dedicar un tiempo para referirse a la reacción negativa en los versículos 46 al 57. Pienso que esta situación no ha variado a pesar de los muchos años que han trascurrido desde aquel evento. Jesús es la encarnación de la verdad divina, y tanto sus enseñanzas como sus obras, obligan a la gente a asumir una posición: Estar a favor o en contra.La decisión es libre, pero las consecuencias son inevitables. Este sería el último milagro de Jesús en su ministerio terrenal, una culminación apropiada para el Hijo de Dios. El texto griego indica que los dos verbos habían venido y habían visto están en “aposición” con la frase “Muchos de los judíos”, es decir, las tres expresiones se refieren al mismo grupo de personas. El texto en griego se puede traducir literalmente así: “Muchos de los judíos, (es decir) los que habían venido a María y habían visto […], creyeron en él”. La expresión “creyeron en Él” incluye la preposición eis que sirve para expresar una creencia con confianza personal y un compromiso de por vida. La resurrección de Lázaro, como ningún otro milagro, logró doblegar finalmente la resistencia más acérrima, manifestada hasta ese momento, por los judíos que estaban presentes.Pero sucedió algo inesperado. Es muy probable que algunos de ellos fueran a avisar a los fariseos acerca de lo que había ocurrido, y tal vez lo hicieron sin alguna malicia, quizá pensando en convencerlos, o sintiendo que era su deber informar a los líderes religiosos de un evento tan notable como la resurrección de un muerto que llevaba cuatro días en la tumba. También ese deseo de los seres humanos de comunicar a otros, cuando son testigos de algo de mucha importancia, pudo estar presente en la actitud de los judíos. Parece, sin embargo, que la noticia cayó como una bomba en el Sanedrín y precipitó tomar una decisión drástica. En Juan 11:45-53 leemos:45Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él. 46Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho. 47Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. 48Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. 49Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; 50 ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. 51Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; 52y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. 53Así que, desde aquel día acordaron matarle.Y la amenaza era real. Cuando dice los principales sacerdotes, se refiere a los sumos sacerdotes, que eran saduceos y tomaron las medidas más severas en contra de Jesús lea en su Biblia Mateo 26:3, 14. Los saduceos a menudo se mencionan en combinación con los fariseos. Aunque estos últimos eran los más estrictos en la aplicación de la ley, varios de ellos mostraron alguna simpatía hacia Jesús y sus enseñanzas; lea Juan 3:1 y siguientes; Juan 7:50; 19:39 y Hechos 5:34 y 23:6)Parece que la reunión del Sanedrín fue más bien informal pero a pesar de eso, tomaron una decisión drástica Leamos Juan 11:54-5754Por tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos.55Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua, para purificarse. 56Y buscaban a Jesús, y estando ellos en el templo, se preguntaban unos a otros: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta? 57Y los principales sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno supiese dónde estaba, lo manifestase, para que le prendiesen.Esto precipitó el desenlace, la irritación versículo 53 y el resentimiento de los líderes religiosos, se había manifestado temprano en el ministerio público de Jesús, pero iba intensificándose día a día con una gran hostilidad. Hubo varios intentos de apedrearle, por último, decidieron deshacerse de alguna manera de Él. La orden dada seguía en pie, así que cualquier persona que tuviera conocimiento de la presencia de Jesús, y no avisara a los líderes religiosos, sería considerado un cómplice de Él.La muerte de Lázaro es el último milagro del ministerio terrenal de Jesús y es el milagro más grande que se registra en el Nuevo Testamento. Es el hecho que precipita el cumplimiento del propósito de la venida de Cristo, Juan 11:25 presenta un resumen magistral del Evangelio en Juan 11:25,26;40:25Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá26Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente40Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?¡Al igual que aquel día Jesús levantó a Lázaro de la tumba en la que estuvo encerrado por cuatro días después de haber muerto, Dios nos puede levantar hoy de la tumba del pecado en la cual hemos estado encerrados!Lázaro salió de la tumba al llamado de Jesús y el Maestro dijo desatadle y déjenle ir. Lázaro no escribió algún libro del Nuevo Testamento, ni parece que se dedicara a predicar ni a hacer milagros. Él era un “milagro caminante” un testimonio vivo del poder de Jesús y dondequiera que el llegaba la gente en susurros se preguntaba: ¿No es este el que estuvo muerto? La historia de Lázaro era palpable. ¿Y la tuya? ¿Es tu historia reconocida como un milagro de Dios? Cada uno de nosotros es el resultado del milagro más grande que se pueda hacer para nosotros que es resucitarnos a una nueva vida en Cristo por el amor de nuestro Dios derramado a nuestro favor.¿Pueden reconocerlo los que te ven? ¿Saben los que te conocen que eres una nueva criatura? Ese es el mejor mensaje que podemos dar, el testimonio de una vida transformada por la Sangre del Cordero que quita el pecado del mundo.
Monday, September 28, 2009
Monday, September 21, 2009
CUANDO SE PIERDE LA FUERZA
Uno de los jueces israelitas más destacados. Hijo de un danita llamado Manoa, nació en Zora, localidad del territorio meridional de Dan. El ángel de Jehová predijo el nacimiento de Sansón, y anunció que libraría a Israel del yugo filisteo. Nazareo desde su nacimiento, Sansón no debía beber ni vino ni cualquier otro tipo de bebida fermentada, y no debía pasar navaja sobre su cabeza. En tanto que observó el voto de nazareato, Sansón fue victorioso sobre los filisteos (Jue. 13:1-24). Judá y Dan, separados de las otras tribus por dificultades geográficas, especialmente por el hecho de que los jebuseos dominaban la ciudad de Jebus (Jerusalén), estaban expuestas a los ataques de los filisteos. Judá, aislada, sólo podía responder con contragolpes guerrilleros. El Espíritu de Dios empezó a manifestarse pronto en Sansón en los campos de Dan (Jue. 13:25).
Sansón, enamorado de una filistea de Timnat, se desposó con ella, pero pronto fue entregada por su padre a otro hombre. Entonces, el hijo de Manoa se apoderó de trescientas zorras, y las ató dos a dos por la cola, atando asimismo una tea encendida entre cada dos colas, soltándolas a continuación por las mieses de los filisteos (Jue. 14:1-15:5). Éstos invadieron la tierra de Judá, y exigieron que Sansón les fuera entregado; él se dejó atar por los hombres de Judá, que no sabían que estaban atando a su futuro libertador. Animado repentinamente del Espíritu del Señor, el nazareo rompió las cuerdas en el momento en que iba a ser entregado a los incircuncisos. Asiendo una quijada de asno, persiguió a los filisteos, dando muerte a mil de ellos. Sansón, ardiendo de sed, proclamó que esta liberación procedía de Jehová, a quien suplicó que le diera agua. Dios hizo entonces brotar agua de la cavidad de una roca. Los hombres de Judá consideraron desde entonces a Sansón como su liberador (Jue. 15:6-20). Se dirigió a Gaza, y cayó allí en pecado. La gente de la ciudad cerró las puertas para apoderarse de Sansón. A medianoche salió de la ciudad, habiendo arrancado de quicio las puertas de la muralla, con sus dos pilares y cerrojo, dejando todo en la cumbre del monte que se halla frente a Hebrón (Jue. 16:1-3).
Su relación con Dalila, mujer filistea de Sorec, lo perdió. Instigada por los príncipes filisteos, apremió a Sansón a que le revelara el secreto de su fuerza. Al principio él le respondió con mentiras, pero finalmente le reveló que si se le cortaba la cabellera, perdería su vigor y sería como todos los otros hombres. Dalila vendió su secreto a los filisteos. Éstos le cortaron el cabello mientras dormía y lo prendieron con facilidad. Sacándole los ojos, lo llevaron a la cárcel de Gaza para que hiciera girar una rueda de molino. Durante una gran fiesta en el templo de Dagón, dios de los filisteos, llevaron allí a Sansón para mostrarlo como espectáculo a la muchedumbre. Sus cabellos habían vuelto a crecer. El interior del gran edificio estaba lleno de filisteos, y había unas tres mil personas en su terraza. Habiendo estado en Gaza antes de haber perdido la vista, Sansón conocía el edificio. Pidió entonces al joven lazarillo que le conducía que le dejara apoyar sobre las dos columnas centrales que sostenían el techo. Oró entonces a Jehová, y, empujando violentamente las dos columnas, una con cada mano, las hizo caer, derrumbándose toda la casa. Sansón murió junto con un gran número de filisteos (Jue. 16:1-31). A pesar de sus debilidades morales, figura entre los héroes de la fe (He. 11:32).
Sansón estaba dotado de una fuerza sobrenatural. Cuando el Espíritu del Señor lo impulsó, llevó a cabo grandes hazañas. Su fuerza no residía en sus cabellos, sino en su consagración al Señor, de lo que ellos eran el símbolo. Cuando Sansón hubo violado su consagración al Señor, no tuvo la fuerza moral para mantener su cabellera. Al perder su testimonio, el Señor lo abandonó. La fuerza le fue restaurada en respuesta a la oración que pronunció. Este poder sobrenatural dio testimonio a los hombres de Judá que Dios había llamado a este nazareo a que fuera su libertador de los filisteos, que sintieron en sus carnes la superioridad del siervo de Jehová.
Hay críticos que han querido ver en este relato una de las leyendas que pretenden descubrir en la Biblia. Pero es cosa cierta que los antiguos hebreos consideraban a Sansón como una persona real, perteneciente a la historia anterior a Samuel y a Saúl. El relato bíblico da detalles precisos acerca de la situación de su pueblo natal, de su familia, de sus hazañas, del lugar donde fue sepultado. Toda la vida de Sansón es una gran historia espiritual, como ejemplo que no se debe seguir de un hombre extraordinariamente dotado y que sin embargo juega con el pecado y con la paciencia de Dios. En el momento en que se imagina, lleno de presunción: «Esta vez saldré como las otras y me escaparé», «no sabía que Jehová ya se había apartado de él» (Jue. 16:20). De esclavo de sus pasiones vino a ser esclavo de sus enemigos hasta su muerte; perdió aquellos ojos que no habían sabido ver con claridad. En el último momento, sin embargo, volvió al favor de Dios, que dio respuesta a su oración. No obstante, su oración delata que no estaba en plena comunión con Dios, porque estaba más deseoso de venganza por haber perdido sus ojos que por desear vindicar el nombre de Jehová frente a Dagón (Jue. 16:28). ¡Qué advertencia tan solemne! Se tiene que señalar que otros hombres del AT recibieron en circunstancias excepcionales la fuerza de llevar a cabo hazañas análogas a las de Sansón: Jonatán y su escudero, el joven pastor David dando muerte a un león y a un oso, Eleazar, Sama y Abisai (1 S. 14:1-17; 17:34; 2 S. 23:9-12, 18).
Sansón, enamorado de una filistea de Timnat, se desposó con ella, pero pronto fue entregada por su padre a otro hombre. Entonces, el hijo de Manoa se apoderó de trescientas zorras, y las ató dos a dos por la cola, atando asimismo una tea encendida entre cada dos colas, soltándolas a continuación por las mieses de los filisteos (Jue. 14:1-15:5). Éstos invadieron la tierra de Judá, y exigieron que Sansón les fuera entregado; él se dejó atar por los hombres de Judá, que no sabían que estaban atando a su futuro libertador. Animado repentinamente del Espíritu del Señor, el nazareo rompió las cuerdas en el momento en que iba a ser entregado a los incircuncisos. Asiendo una quijada de asno, persiguió a los filisteos, dando muerte a mil de ellos. Sansón, ardiendo de sed, proclamó que esta liberación procedía de Jehová, a quien suplicó que le diera agua. Dios hizo entonces brotar agua de la cavidad de una roca. Los hombres de Judá consideraron desde entonces a Sansón como su liberador (Jue. 15:6-20). Se dirigió a Gaza, y cayó allí en pecado. La gente de la ciudad cerró las puertas para apoderarse de Sansón. A medianoche salió de la ciudad, habiendo arrancado de quicio las puertas de la muralla, con sus dos pilares y cerrojo, dejando todo en la cumbre del monte que se halla frente a Hebrón (Jue. 16:1-3).
Su relación con Dalila, mujer filistea de Sorec, lo perdió. Instigada por los príncipes filisteos, apremió a Sansón a que le revelara el secreto de su fuerza. Al principio él le respondió con mentiras, pero finalmente le reveló que si se le cortaba la cabellera, perdería su vigor y sería como todos los otros hombres. Dalila vendió su secreto a los filisteos. Éstos le cortaron el cabello mientras dormía y lo prendieron con facilidad. Sacándole los ojos, lo llevaron a la cárcel de Gaza para que hiciera girar una rueda de molino. Durante una gran fiesta en el templo de Dagón, dios de los filisteos, llevaron allí a Sansón para mostrarlo como espectáculo a la muchedumbre. Sus cabellos habían vuelto a crecer. El interior del gran edificio estaba lleno de filisteos, y había unas tres mil personas en su terraza. Habiendo estado en Gaza antes de haber perdido la vista, Sansón conocía el edificio. Pidió entonces al joven lazarillo que le conducía que le dejara apoyar sobre las dos columnas centrales que sostenían el techo. Oró entonces a Jehová, y, empujando violentamente las dos columnas, una con cada mano, las hizo caer, derrumbándose toda la casa. Sansón murió junto con un gran número de filisteos (Jue. 16:1-31). A pesar de sus debilidades morales, figura entre los héroes de la fe (He. 11:32).
Sansón estaba dotado de una fuerza sobrenatural. Cuando el Espíritu del Señor lo impulsó, llevó a cabo grandes hazañas. Su fuerza no residía en sus cabellos, sino en su consagración al Señor, de lo que ellos eran el símbolo. Cuando Sansón hubo violado su consagración al Señor, no tuvo la fuerza moral para mantener su cabellera. Al perder su testimonio, el Señor lo abandonó. La fuerza le fue restaurada en respuesta a la oración que pronunció. Este poder sobrenatural dio testimonio a los hombres de Judá que Dios había llamado a este nazareo a que fuera su libertador de los filisteos, que sintieron en sus carnes la superioridad del siervo de Jehová.
Hay críticos que han querido ver en este relato una de las leyendas que pretenden descubrir en la Biblia. Pero es cosa cierta que los antiguos hebreos consideraban a Sansón como una persona real, perteneciente a la historia anterior a Samuel y a Saúl. El relato bíblico da detalles precisos acerca de la situación de su pueblo natal, de su familia, de sus hazañas, del lugar donde fue sepultado. Toda la vida de Sansón es una gran historia espiritual, como ejemplo que no se debe seguir de un hombre extraordinariamente dotado y que sin embargo juega con el pecado y con la paciencia de Dios. En el momento en que se imagina, lleno de presunción: «Esta vez saldré como las otras y me escaparé», «no sabía que Jehová ya se había apartado de él» (Jue. 16:20). De esclavo de sus pasiones vino a ser esclavo de sus enemigos hasta su muerte; perdió aquellos ojos que no habían sabido ver con claridad. En el último momento, sin embargo, volvió al favor de Dios, que dio respuesta a su oración. No obstante, su oración delata que no estaba en plena comunión con Dios, porque estaba más deseoso de venganza por haber perdido sus ojos que por desear vindicar el nombre de Jehová frente a Dagón (Jue. 16:28). ¡Qué advertencia tan solemne! Se tiene que señalar que otros hombres del AT recibieron en circunstancias excepcionales la fuerza de llevar a cabo hazañas análogas a las de Sansón: Jonatán y su escudero, el joven pastor David dando muerte a un león y a un oso, Eleazar, Sama y Abisai (1 S. 14:1-17; 17:34; 2 S. 23:9-12, 18).
Tuesday, September 8, 2009
PROCLAMANDO LA ESPERANZA DE CRISTO AL MUNDO
Los efectos presentes de la esperanza: Vidas transformadas
«...os llene de todo gozo y paz...» (Ro. 15:13)
La esperanza no es algo hueco, un mero misticismo, una ilusión futura. Tiene unas consecuencias prácticas en la vida de cada día. En su sentido más literal de esperar, tiene una aplicación presente. Podríamos decir que tiene la mirada puesta en el cielo, pero los dos pies en suelo.
La esperanza de Cristo es el antídoto, el remedio para la desesperación de este mundo por varias razones:
Por su contenido: Gozo y paz
Se mencionan dos ingredientes esenciales:
El gozo. Es mucho más que alegría. Tener gozo no es lo mismo que estar contento. Los cristianos también lloran. El gozo fruto del Espíritu va más allá de un sentimiento. Es la actitud de Pablo y Silas en la cárcel de Filipos cuando, a pesar de tener el cuerpo magullado y dolorido por los azotes, «a medianoche, orando cantaban himnos a Dios» (Hch. 16:25). Pablo mismo resume lo que es el gozo cristiano en el formidable pasaje de Ro. 8:28–39, himno de cabecera de muchos creyentes a lo largo de los siglos: «Somos más que vencedores en Cristo».
La paz. No es la ausencia de problemas. Nuestra sociedad define la paz en un sentido negativo: no tener tensiones, «déjame en paz». La paz de Cristo es distinta: «mi paz os dejo... no como el mundo la da... en el mundo tendréis aflicciones, pero no temáis, yo he vencido al mundo». La paz de Cristo no es la ausencia de problemas, sino la presencia de Cristo en medio de estos problemas.
El concepto hebreo (shalom) es muy rico: denota un estado de serenidad, de bienestar interior, de armonía. El concepto moderno de salud (OMS) se acerca mucho a la idea bíblica de paz, probablemente está inspirada en ella.
Si la esperanza nos llena de gozo y de paz, ello tiene unas consecuencias visibles en la vida diaria. Mencionamos sólo una por su actualidad, hoy que tanto se habla de «calidad de vida»:
«Los creyentes viven más años y tienen más calidad de vida» (conclusión de la tesis del psiquiatra David Larson, autor de más de 130 artículos académicos, uno de los investigadores más destacados en la investigación entre religión y salud mental, quien trabajó durante 10 años en el Instituto Nacional Americano de Salud Mental).
Por lo demás, el cristiano no es sólo beneficiario de la paz, sino agente de paz, promueve la paz, como veremos en la dimensión comunitaria de la esperanza.
Por su abundancia: Plenitud de vida
La esperanza de Cristo es singular no sólo por su naturaleza o calidad, sino también por su cantidad, es abundante. El apóstol habla de plenitud: «el Dios de esperanza os llene...». Estar llenos de gozo y de paz nos recuerda la plenitud de vida a la que se refirió el mismo Señor Jesús en una de sus declaraciones más trascendentes: «He venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn. 10:10). El vocablo griego perisson es un comparativo cuya traducción literal sería «más abundantemente», o también «extraordinario, magnífico, superior, distinguido».
El deseo de Cristo es darnos «calidad de vida» en su sentido más completo: espiritual, por supuesto, pero también en todas las facetas de nuestra existencia la voluntad de Dios para nosotros es una vida «magnífica, superior». De este modo, la esperanza de Cristo sustituye el «vanidad de vanidades» de tantas personas hoy sumidas en la desesperanza por un gozoso «plenitud de plenitudes».
Ello nos lleva a una reflexión: la imagen que a veces damos como cristianos se aleja demasiado de esta abundancia de gozo y paz; en vez de estar pletóricos de esperanza, parecemos contagiados por el pesimismo del mundo; enfatizamos tanto algunos aspectos del discipulado como la renuncia, el sacrificio, que damos la impresión de que la vida cristiana es algo triste, poco atractivo. La esperanza de Cristo es lo más opuesto a algo lúgubre o aburrido. Y ahí precisamente radica uno de sus secretos para transformar vidas. Veamos un ejemplo:
«Conocí a dos personas que confesaban ser cristianos y, a pesar de ello, se distinguían por su elevada intelectualidad y por lo rebosante de su vida. Esto me atrajo para estudiar con ellos la persona de Jesús» (Theodor Bovet, destacado psicoanalista y consejero matrimonial).
Incluso Albert Einstein, quien no era cristiano, llegó a afirmar: «Soy judío, cierto, pero la figura radiante de Jesús ha producido en mí una impresión fascinadora... en realidad solo hay un lugar en el mundo donde no vemos ninguna oscuridad: es la persona de Cristo».
Por su dimensión comunitaria: Relaciones nuevas
La esperanza cristiana no es una experiencia individual, una bendición para disfrutar a solas. También aquí el cristianismo se diferencia de otras religiones, en especial de las llamadas «nuevas espiritualidades». Éstas, bajo la influencia de la Nueva Era y de las religiones orientales, se centran en el ego y promueven experiencias religiosas básicamente individuales, «que me haga sentir bien a mi».
No es así con la esperanza de Cristo; Pablo lo deja bien claro: «...para que abundéis en esperanza...» (Ro. 15:13). Es como un tesoro a compartir y está íntimamente relacionada con el otro gran pilar del mensaje cristiano: el amor. La esperanza, el amor y la fe –las llamadas virtudes teologales– forman un racimo inseparable entre sí e inseparable de la vida comunitaria. El creyente que nace de nuevo, nace también a un mundo de relaciones nuevas, las relaciones de la familia de la fe. Por esta razón, el Evangelio tiene poder para transformar no sólo vidas, sino también comunidades y familias.
Dos ejemplos destacados nos ilustran esta realidad: en Argentina las cárceles que están «gestionadas» por cristianos evangélicos –muchas veces por los mismos internos cuyas vidas han sido transformadas por el Evangelio– tienen un índice de conflictividad muy bajo y han llegado a ser un modelo muy positivamente elogiado por las autoridades y los medios de comunicación de este país. Algo muy similar ocurre en una prisión de Sudáfrica considerada como muy «peligrosa» antes del impacto del poder transformador de Cristo.
El otro ejemplo es la conversión de guerrilleros de movimientos terroristas en Perú, con cambios tan espectaculares en la vida y conducta de hombres antes muy violentos que sólo se puede explicar por un poder sobrenatural. Sustituir la metralleta por la Biblia de un día para otro no es algo fácil.
La vida cristiana nunca puede limitarse al ámbito de lo privado; ciertamente tiene una dimensión personal e íntima, pero por su misma esencia –el Evangelio es una «buena nueva»– lo natural es compartirla. Ésta es la explicación al llamado «proselitismo», tan mal visto por nuestra sociedad que intenta encerrar y limitar el testimonio cristiano al ámbito de lo privado. Al evangelizar el cristiano no busca hacer adeptos a su religión para ganar algún mérito personal, sino «abundar en esperanza», es decir compartir la «perla de gran precio» que un día encontró y que ha transformado su vida. El quedárselo para uno mismo sería la negación misma del Evangelio. Ésta es la razón por la que proclamamos –«proclamar = gritar delante de»– esperanza en Cristo.
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