La oración a Dios cambia las circunstancias
¿Cuándo aprendió a orar? Cuando la adversidad tocó a su puerta. Llevaba tres meses sin pagar la cuota del apartamento y no conseguía trabajo. Todas las puertas se cerraban frente a sus narices. Nadie prestaba atención a su enorme necesidad. Estaba literalmente solo, al menos eso pensó.
¿Una salida? Buscó muchas. Desde la recomendación del político hasta la afanosa cacería en los avisos clasificados del periódico local en procura de una oportunidad de empleo. Nada resultaba.
Una viejecita de enfrente le recomendó una novena a San Pascual; la vendedora de dulces le habló de la lectura del tarot; un amigo le preguntó si ya se había hecho riegos y baños de la buena suerte y, alguien que lo condujo en taxi, le habló de la verdadera salida del laberinto: Jesucristo.
Pesó en la balanza de la razón las cuatro alternativas. Concluyó entonces que las tres primeras eran charlatanería mientras que la última, es decir el Hijo de Dios, tenía un poder sobrenatural que –sin duda—era posible que abriera puertas.
Al principio sólo lo hizo por experimentar. "Nada se pierde con hacerlo", meditó, y comenzó a orar. La oración se convirtió en una constante en su existencia.
Debió persistir, pero Dios respondió. Tres semanas después consiguió el empleo, y aunque parezca inverosímil, alguien a quien jamás pensó en recurrir, le ofreció el préstamo del dinero.
José de Jesús Ortiz es un testimonio vivo del poder que se desata cuando oramos a Dios. Él, nuestro amado Hacedor, Aquél que todo lo puede, responde al clamor de sus hijos...
La importancia de la oración
El apóstol Pablo enfatizó a los cristianos del primer siglo la importancia de la oración. Escribió: "Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios. Oren también por nosotros, a fin de que el Señor nos abra las puertas para predicar el mensaje y anunciar el designio secreto de Cristo, pues por eso estoy preso. Oren para que yo lo dé a conocer tan claramente como debo hacerlo." (Colosenses 4:2-4. Versión Popular.
Su enseñanza, nacida de lo más profundo de la experiencia personal a razón de que justo en el orar había aprendido a encontrar paz espiritual, respuesta a sus interrogantes y poder de Dios para alcanzar lo que humanamente era imposible, transformó la vida de decenas de hombres y mujeres.
De acuerdo al pasaje aprendemos por lo menos cuatro principios:
1.- Constancia en la oración.
El Señor Jesús hizo particular énfasis en la importancia de orar con perseverancia (Lucas 18:1) Esta pauta que nos asegura victoria en el clamor es la que reafirma el apóstol Pablo a los creyentes de Colosas.
2.- Una actitud de agradecimiento.
Muchas de las cosas que acontecen alrededor no alcanzamos a comprenderlas; no obstante, si estamos asidos de la mano de Dios, nada traerá dolor ni perjuicio (Salmo 112:7; Romanos 8:28).
3.- Dios cambia las circunstancias.
Cuando elevamos oración a Dios, bien sea por nosotros o por las necesidades de quienes nos rodean, Él responde poderosamente cambiando las circunstancias. Nada hay imposible que ponga tropiezo a lo que puede hacer el Todopoderoso.
4.- Dios es quien abre puertas.
El apóstol Pablo oraba pero además pedía de otros creyentes ayuda en oración con el propósito de que se abrieran puertas para la proclamación del Evangelio. Había depositado su confianza en Dios y sabía que, al orar, se tocan las puertas del cielo en procura de respuestas específicas... Y Dios responde con poder...
... ¿Y usted?
Es probable que esté atravesando por una situación sumamente difícil. No sabe qué hacer. Se pregunta, ¿cuál es la salida? Le invito para que deposite toda su confianza en Dios. Él obrará poderosamente a su favor. Ore. No dude en lo más mínimo. Persevere. La respuesta vendrá...